Cumple el «Cafetín Croché» sus cuarenta y un años: que todo un mundo o siglo. El día 20 de julio de 1981 vino al censo local de San Lorenzo de El Escorial esta criatura mágica que se llama Croché. Asentado en viejos diseños de Herrera y Almaguer, en históricos aposentos de profesores y doctores docentes en el Colegio de Artes y Sagrada Teología del Real Monasterio —a quienes su condición de laicos impedía morar en los recintos de la «sacra petrea maquina» —, concluidos en 1585 y que habrían de marcar los orígenes del trazado y discurso urbano del actual pueblo de San Lorenzo por obra de Villanueva. Aposentos que pertenecieron a la Corona, más tarde (1837) al Estado y finalmente (1869) vendidos a particulares desde tales fechas, alterando de algún modo sus formas arquitectónicas.
La manzana así llamada Casas de los Doctores fuera uno de los juguetes arquitectónicos que rodeaban al inmenso cuadrilátero, junto con la primera y segunda Casa de Oficios, la Casa de la Compaña, las construcciones de la Cachicanía, el Pozo de nieve y la iglesia de San Bernabé en la Villa de El Escorial.
La fachada principal de esta histórica residencia profesoral mira a la calle de Floridablanca y la posterior a la calle de San Lorenzo, callejón en el que tiene su puerta de entrada el Cafetín, y las fachadas laterales se orientan a los Jardines de Jacinto Benavente y a la Plaza de la Constitución.
El Café, abierto a todas las hermosuras del Escorial ilustrado, vecino y testigo de la plaza del Ayuntamiento del Real Sitio, de Floridablanca, del Real Coliseo Carlos III, del hotel Miranda Suizo y de la Taberna del Gato Tuerto, cercanísimo en la realidad y en el ensueño a las moles y a los montes sanlorentinos, en íntimo diálogo con Ortega y Gasset y Benavente, saludando con un guiño al atardecer sobre Crispín, reproduce cada día arcanos de la memoria: por sábados de abril o mayo departen junto a vidrios de vino de Toro Juan Bautista de Toledo, Herrera, Villacastín, Almaguer, Villanueva, Mora, Cervera Vera, Chueca Goitia, Vidaurre Jofre y Pedro Martín, maestros de los espacios, la plomada y la piedra. Disputan milagros de la materia y la forma, «in pondere, numero et mensura»: el «cursus solis», la agrimensura, la océanomensura, la aeromensura, las revoluciones de los orbes celestes, el Ars Magna de Lulio, el De figura cubica tractatus de Herrera, los saberes matemáticos de Felipe II, el poder «more geometrico», la racionalización de las creencias religiosas…
En el acto de inauguración, del mencionado 20 de julio de 1981, intervinieron la Charanga de la Doctora y Juan Tamariz, quien inicia la tradición de la «Noche de magia», celebración de los viernes a las once de la noche en «Hora de Brujas» y que prosigue en su fervor hasta la actualidad.
Por esta nocturna academia y caverna platónicas han pasado, además de Tamariz, los magos José Carrol, Antonio Romero, Camilo, Anthony Blake, Julio Carabias, El mago Migue, Donald, Miguel Gómez y otros muchos. Estas ceremonias de Hécate han tenido espectadores reales como el príncipe Felipe y la infanta Cristina.
Cumple el Cafetín Croché sus largos y profundos años. Si caminante o peregrino —condición que Unamuno pedía a todos los españoles respecto al Monasterio escurialense—, si del lugar o advenedizo, si al mediodía de la luz azul vertical o en la tarde, oricalco lentísimo de los cielos cercanos por el Monte San Benito o el Pico del Fraile, llegaras al Cafetín Croché. Si por primavera —que Ortega la señalara por aquí pletórica y exuberante, aunque instantánea— o por el dulce y melancólico otoño, que mil pintores dieron al ojo y a la rememoración, llegaras, rendido viandante, al escurialense Café, con olor a magnolia. Si en la vivencia del éxtasis por la geométrica proporción de los espacios — «está hecho», decía Salinas del Monasterio—, cruzaras el umbral de este sueño y vieras su ornato, decoro y vestuario de principios del veinte, con cristales grabados al ácido.
Como hermosísima mujer con su atavío único para la fiesta única. Como guilleniano día del «redondeamiento del esplendor». Cuelgan en sus paredes colecciones de postales y fotos —crónica de detenido tiempo—, papelillos de fumar, billetes antiguos (alguno hasta del Concejo de El Escorial de 1936), cuchillas de afeitar donadas por Gabi Sabau, arcaicas radios que sirven de altavoces y ambientan con suavísima y melancólica narración cediendo protagonismo a la palabra de la lenta conversación. También veladores de mármol a la vieja usanza, una barquillera vendida por su amo con lágrimas en los ojos al recordar sus recorridos de niño por las calles ofreciendo barquillos. Memorias impresas del Theatre de la Renaissance, múltiple art nouveau de Moët et Chandon, testamentos del vino y de licores varios ungidos por los aromas del tiempo, estado puro de la nostalgia. Que aquí, como quería del Pombo su profeta y apóstol, Ramón Gómez de la Serna, «la solera de la luz es cada vez más añeja… el espejo cada vez más bruñido y acerado… es esto algo así como los saloncillos de un parlamento sin contaminaciones y en el que todo fuera honorario…».
Digo y repito a la rosa de los vientos que en el tranquilo y hondamente humano Croché puedes bordar la tarde. A la vera de Crispín, a un paso del Gato Tuerto, donde poetas e “intelectuales” afilaban sus buenos decires y sus suaves penares bajo la intensa voz de Dionisio Ridruejo, poeta enamorado de la piedra.
A la vera de la casa en la que Ortega y Gasset, en juventud madura, meditaba sobre la piedra lírica, sobre la “hazaña”, el esfuerzo puro y la voluntad sin contenido, recordando las enseñanzas de su maestro Cohen en Marburg, lugares escurialenses que él señalaba como demarcación de la “circunstancia” humana. Pudieras también llegar aquí a la búsqueda de los días perdidos y tener tu “almo reposo”, como aquellos legendarios correos lo hacían en la plaza de la Posada Real, antes de medirse heroicamente con el Alto de Malagón, puerto de la meseta castellana, por donde descendiera –como quien baja de los cielos y moradas místicas de Ávila- Teresa de Jesús hasta los recintos novísimos y destelleantes de la parrilla sanlorentina en sus horas primeras. Puedes, digo, encontrar en este santuario de las dichas, entre juegos veleidosos de farol y gratísimos aromas, vestidos los espacios de luz etérea, como Virgilio pintara el paraíso, bellas damas y juventud sonora.
Quizá te sientas acompañado de piñas de estudiantes heridos por algún suave tomo de Derecho Romano o en ensayos de versos más bien de pie quebrado. Porque allí concurren, como en templo de devota divinidad y ágora pobladísima, profesores, escritores, periodistas, pintores, actores, músicos, ecologistas, diseñadores, arquitectos en anhelos de sabidurías montanianas y herrerianas, a la búsqueda de barrocas muertes de rey o emperador o de penas de Don Carlos, a la escucha del “son dulce acordado” de Soler o de las armonías escritas de Sigüenza.
Concurren, digo, allí visitantes de “andanzas y visiones” variopintas, quizá hasta aquellos unamunianos perros que resolvían ecuaciones de segundo grado al doblar las esquinas. Esta reposada clientela puede tomar una copa, charlar con los amigos, leer la prensa diaria, practicar juegos de damas, ajedrez y parchís, escribir una tarjeta postal -hermosas tarjetas en negro y sepia-, con versos de temario escurialense o intentar solucionar el “Juego del Cafetín” hasta conseguir, con suerte propicia, un cocido para dos personas en el célebre Charolés.
Allí pueden los fieles devotos de esta original morada probar la amplia variedad de bebidas y refrescos, acompañados de la tapa del día, que prepara la cocinera Elisa López. El jefe de barra, Julio Alejo, en la casa desde su fundación, es especialista en cócteles y combinaciones: mojitos, caipiriñas, daiquiris, sampancracios, sanfranciscos, caribes, Manhattan, Gin Fizz, Bloody Mary, Alexandra, destornillador, andaluza, Lubumba, etc., etc., y hasta mejores que aquellos cócteles del Harry´s de Venecia que tanto celebraba Hemingway. Florecen igualmente aquí elaborados y sabrosísimos cafés: irlandés, escocés, jamaicano, vienés, hawaiano, blanco y negro, carajillo, café bombón, etc., etc. También se acumulan al caso deliciosos y sazonados licores de vieja y probada artesanía: de orujo y miel, orujo blanco, orujo de hierbas, licor de chocolate, de peras y uvas pasas, de cerezas en aguardiente, de melón, de bellota, de mandarina, de canela (quien esto escribe prefirió siempre el licor de higos, que viene de las entrañas de Ávila, allá por Gredos).
En tal jardín de las delicias, el viandante que aquí dilata sus horas puede “picar” algo del universo mundo gastronómico: queso brie rebozado, tostadas de changurro, de roquefort o de pisto, mejillones con bechamel, croquetas de bacalao o de queso fundido, chistorra de Arbizu, albóndigas de ternera, boquerones victorianos, habitas finas de Alcaudete con jamón, tomate al perrin´s con manchego, tostadas de pisto y de bonito, callos a la madrileña, calamaritos, pimientos dulces guipuzcoanos, sopas de ajo, etc., etc., y endulzar la velada –además de versos, magias y músicas- con una porción de leche frita a la llama de machaquito o con una tarta del Cafetín.
Y si fueras Neruda por instantes, aposentado en el Croché como él en Isla Negra, cantarías tus “odas elementales”, tu elogio interminable a las dulcedumbres de tantos alimentos metidos en la sazón más cierta: azúcar, vinagre, mostaza, azafrán, pimentón, cacao, aceite, orégano, regaliz, tomillo, romero, perejil, cilantro, pimienta, hierbabuena, ajo, patata, guisante, garbanzo, lenteja, alubia, agua, leche, manteca, vino, miel, maíz, arroz, trigo, rábano, puerro, berenjena, pimiento, cebolla, tomate, manzanilla, tila, té, menta, poleo, café, almíbar, mermelada, mapamundi de licores y zumos, berro, canónigos, espinaca, escarola, coliflor, lechuga, berza, almendra, cacahuete, avellana, pistacho, pipa de girasol, naranja, limón, pomelo, higo, piñón, ciruela, cereza, guinda, níspero, …., mango, piña, plátano, aguacate, endrina, nuez, castaña, sandía, calabaza, melón, manzana, pera, melocotón, uva, mora, oliva, chorizo, tocino, jamón, morcilla, cecina, oreja y manitas de cerdo, los callos todos, las carnes, los pescados y mariscos mil, los mil gozos del sabor y del olor, el “pío general” de las criaturas de la tierra, el animal, el árbol y la mar.
Que oliera bien el mundo, aquí se certifica. Que aquí se sabe con certeza que fuera ubérrima y pródiga y constante la madre naturaleza. Que aquí el servicio fuera compañía. Que aquí se parte el pan en regocijo y santa cena. Que la vajilla alberga son y rumor de otro nombre y día. Y puede acontecer que tantos árboles te impidan ver el bosque o lo que Goethe en su Viaje a Italia, a propósito de sus éxtasis venecianos, contaba: “Doy gracias a Dios porque vuelve a agradarme todo aquello a lo que otorgaba valor en mi juventud”. O como Pierre Loti (Suprêmes visions d´Orient), por Estambul, que recordaba su alma arrancada de Asia, su identidad y sino: “Desde que me veo sentado entre los ingenuos soñadores, ante un cafetín humilde que mira al mar, siento poco a poco descender sobre mi la inefable paz de las tardes de Asia”. Que fuera el Cafetín dicha y resurrección y encantamiento y siempre ensueño.
En un día cualquiera de cualquier tarde puedes ver entrar a un Presidente de la URSS, a un Canciller alemán, a Umberto Eco rodeado de nombres y de rosas o al gran Octavio Paz con sus signos de rotación y sus ogros filantrópicos. En tu vecino asiento te codees quizá con Claudio Rodríguez, que celebra el alto don de la ebriedad y la misma “celebración” o con Juan Losada, que prepara la antepenúltima novela o la penúltima columna periodística, con Juan José Cuadros o con Manuel Andújar o el profesor Aranguren quien te exhorte a la democracia con ética, a Teresa Berganza, a Manuel Viola, a Alberto Closas o con Ramón de Garciasol.
Quizá una rosa sola cobre una sola mesa, te anuncie ausencias de una dama gentil que ya se fue, y en la sagrada cripta, año tras año –ya van treinta y dos-, más poetas que estrellas por el cielo declamen su metáfora, ordene Mari Cruz los espacios y fechas y otra vez, tenazmente, acompañe destierros del gran Cid don Manuel de Pedraza, antoniomachadiano. Que un sereno jurado dictamina el principio arquimideo de Novalis: “Cuanto más poético, tanto más verdadero”, “Et nox sicut dies illuminabitur”.
En la paz de las penumbras, “umbraeque silentes”, y ya agilísimo por la virtudes de los caldos –un licor de higos dice directamente del oloroso pensil del jardín de los Frailes y Torre de la Botica o de los perfumes de la Herrería en el dulce septiembre-, puede el comensal llegar hasta los escenarios del origen: Juan Bautista de Toledo, Villacastín, Herrera , el gran Salomón Segundo, Montano, Sigüenza, Ticiano, Greco, Cabrera de Córdoba , que ningún lugar, sitio, mansión, aposento o habitáculo fuera más valioso que este Croché para obviar todo obstáculo epistemológico y acercar, bachelardianamente, las realidades del pasado, las gracias nemónicas.
Que el tiempo somos nosotros, dijera San Agustín, y el amor aviva la memoria. A un golpe de emoción, lenta la noche, pueden acompañarte presentísimos: los Leoni, Monegro, Cellini, Luqueto, Zúcaro, Tibaldi, Giordano, hasta Velázquez y Rubens, selvas de iluminaciones griegas, latinas, hebreas, islámicas, románicas, castellanas, bizantinas, etc., de la Real Biblioteca, Manucio, Paltemio, Plautino, y los ordenamientos de múltiples saberes de Fray Juan de San Jerónimo, Alaejos, Juan de Cuenca, Antolínez, Zarco, Alejo Revilla, Vega, Gregorio de Andrés, etc. O las celestiales músicas de Antonio Soler.
Que este Cafetín, pequeño templo abovedado, anuncia mítica y leyenda, “magnum miraculum mundi”, amplísima fama sepulcral y megalíticas muertes, epopeya fundacional a la piedra y al hierro colado, a la construcción de otro monte labrado sobre los soles y verdes del Guadarrama.
Viajeros mil, a cientos aventureros de novedad y suertes hacia el gran sacromonte, desde Almela a Dumas, desde Tiépolo a Frank, pueden aparecer entre las volutas de humo hacia la media noche. Que al platónico banquete de poética y razón pueden acudir aquí como en el célebre inventario sevillano, “venerables efigies de ilustres varones”, múltiples nombres: Pablo Iglesias, Azaña, Montes, Restituto del Valle, Luca de Tena, Dámaso Alonso, Tovar, Dionisio Ridruejo, Muiños, Blanco, hermanos Álvarez Quintero, Fernández-Shaw, Pedro Antonio de Alarcón, Carmen Conde, Sánchez Mazas, Antoniorrobles, Moreno Torroba, Ardavín, Cabello Lapiedra, Paso, Sáinz de Robles, López Rubio, etc., etc.
Que en el Croché puedes bordar la tarde. Por el otoño y veranillo de San Martín, lentos los pasos, sola ya la calle y habitada la luz por las imprecisas tristezas, puedes sentir profusamente aquí el “tono de alegría visual extraordinaria”, que quería Antonio Espina, o la “holganza espiritual”, que requería Umbral para los celebrados cafés madrileños que florecieron entre 1876 y 1902. Puedes entregarte al gozo de la crónica con Ramón Gómez de la Serna en el Pombo, con Valle Inclán en el Nuevo Levante, con Benavente en el Gato Negro o con los Machado en el Español o el Varela, cuyos deliciosos manjares nada tienen que envidiar a los afamados parisinos: “pastis”, “citron pressé”, “pamplemousse”, “croque-monsieur”, “sorbetes Berthillon”. Allá en el Gijón el pontífice y escribano Bárcenas puede entregarte el antiguo y nuevo testamento de los afamados días que fueron.
Puedes recorrer la amplia geografía de los esplendores al viajero, como en ruta jacobea y única. La Closerie des Lilas, con la sombra de Henry James y Hemingway, Lipp, con los editores Gallimard y Hachette, Le Dome, La Coupule y el Deux Magots. Aquel más antiguo, Le Procope (1685), con Voltaire, Diderot y Rousseau, en el deslumbrante París, o el café de la Table Ronde, en Ginebra. También aquel bar del Sacher, en Viena, repleto de literatura o el Dragón Verde, de Boston, donde leyeran, en 1776, Franklin, Adams y Jefferson la “Declaración de Independencia”.
Puedes acompañar en Venecia a ilustrísimos comensales del Florian (Casanova, Byron, Foscolo, Goethe, Rousseau, Goldoni) o del Lavena (Wagner) en Turín, en el Floro a Nietzsche, y a mil celebridades en el Ulpia y el Greco (Goethe, Byron, Listz, Baudelaire, Wagner) de Roma, o en el Gilli de Florencia.
Puedes de igual modo departir con Pessoa en A Brasileira de Lisboa o en el Royal de Londres con Oscar Wilde o habitar en los mágicos mundos del Pierre Loti, rodeado de muertos, Pera o Karfüss de Estambul o en el Café de France de Marrakech. O quizá perderte a propósito por los mil cafés de las mil y una noches de Bagdad, por los lugares de Abu Newas junto al Tigris, o de El Cairo, con Mahfuz por Kahlili, o por las múltiples rutas dublinesas de Joyce o sentarte a la mesa en el Cabaret Voltaire de Zurich con el mismísimo Lenin. Y con un golpe de imaginación y otro de deseo puedes trasladarte a La Habana, al viejo San Juan, a Veracruz o a la Ciudad de México. Aquí, en el Tacuba, decidas acompañar a Rulfo y a Octavio Paz o en el Sorrento oír los evangelios varios del gran León Felipe.
También deambular con García Márquez por los cafetines de la Séptima bogotana o en Buenos Aires, en Tortoni, activar los días de Lugones o Alfonsina y admirar su santuario lunfardo. Puedes por el mismo precio tentar un lance literario, político o de la bohemia, en una interminable procesión por las noches de Madrid: Comercial, Manuela, Ruiz, Pepe Botella, Café del Foro, Isadora, Parnasillo, Rochela, La Palma, etc., etc.: ir de la mano de los Moratín, Hartzenbuch, Larra, Mesonero Romanos, Sawa…, entre “caleseras” y “cruzadas”.
O habitar de tal modo en la “trinidad”de Bilbao (Iruña, La Granja, Boulevard) o por Barcelona (El Quatre Gats, de tantísima letra catalana y castellana). Cerrar el día o la noche con Unamuno, Castelo Branco o Torga en el Novelti, por Salamanca, con Valle Inclán de nuevo en el Derbi, por Santiago, y rememorar días graves de Castelao, Seoane, Bouza, Celso Emilio Ferreiro y otros cientos hasta acercarte al sempiterno restaurante El Asesino, por Mazarelos. Y puedes abrir el día y cerrar la noche en Los Abades, mientras en el patio de limoneros, cercanísimo a las moradas de Cernuda, ponen orden a los discursos Pablo García Baena, Alberti, Caballero Bonald, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Sábato, Aleixandre o Borges. Todos estos “signados y santiguados” lugares te dictarán la gran lección, que así formulaba el sumo sacerdote de tales catedrales, Ramón: “Cualquier Café es un lugar admirable, la única asociación verdaderamente libre, igualatoria y limpia de dogmatismo y de oligarquía; la institución más independiente; los modernos senado-consultos, donde se reúnen los españoles en sesiones sin presidencia ni objeto; donde viven una vida larga y suya; donde se sienta la ciudad dejándose tratar más directamente y donde además dan café”.
A Mari Cruz y Manolo, hacendosos y magnánimos, sean dadas gracias por esta criatura, hija del desvelo y la entrega, que es el Cafetín Croché. Sea también un canto a su hospitalidad: Cervantes hubiera dado “un doblón por describilla”. Y agradecimiento de quien esto escribe: por brindarme vuestra amistad para llevar adelante un hondo sentir por la cultura, que es libertad y civilidad, desde mis adolescentes años en los recintos escurialenses y por formar parte del jurado de los premios “Cafetín Croché” de poesía y cuento de esta verdadera “domus aurea” de la creación literaria, que es vuestra casa.
Que, aunque, virgilianamente, huye el tiempo de irreparable modo, la belleza nos entrega a la eternidad y la palabra hermosa redime nuestras vidas. Amigos, que el Cafetín Croché sea largo en días y más largo todavía en sueños, para gloria y solaz del caballero andante, de ventas y caminos, invicto e inmortal, Don Quijote de la Mancha, señor de la palabra y emperador de la metáfora, quien tuviera en Miguel de Cervantes su más preciado amanuense. Que veintisiete años de los premios “Cafetín Croché”, que, como cantó Quevedo, “asiste lo vivido”.
Octavio Uña Juárez
San Lorenzo de El Escorial